domingo, 8 de junio de 2014

Feliz aniversario, Edmundo Rivero

Edmundo Rivero
Leonel Edmundo Rivero, nació en el barrio porteño de Valentín Alsina el 8 de junio de 1911. Fue cantor, guitarrista y compositor de tangos.

Su bisabuelo materno, inglés, de nombre Líonel, le dejó la herencia del pelo rubio y el primer nombre. Se formó en la música clásica, estudiando canto y guitarra en el Conservatorio Nacional del barrio de Belgrano.

Vivió su primera infancia en pueblos bonaerenses -su padre era ferroviario, jefe de estación-. Se crio en el barrio porteño de Saavedra y luego en el barrio de Belgrano. El poeta y letrista de tango Cátulo Castillo lo definió alguna vez como “un personaje del Quijote nacido en la pampa”.

Apoyado y empujado por un tío soltero, músico de tango, se dedica a recorrer boliches y escenarios con su infaltable guitarra. Acompañó películas mudas en un cine del barrio La Mosca.

Recaló con su hermana Eva en las radios o “broadcastings” de entonces: radio Brusa, radio Buenos Aires... Acompañaban a cantores, pero en ocasiones, cantaban ellos o tocaban música española, clásica, griega o la que fuera.

Acompañaría a infinidad de cantores de todo género, incluso de ópera y también a Agustín Magaldi, Nelly Omar, Francisco Amor y el dúo Ocampo-Flores.

En sus inicios formó dúo con su hermana Eva y debutó realizando algunos pequeños conciertos para Radio Cultura interpretando música española y temas clásicos. Su carrera como cantor de tango se inicia con José de Caro y en 1935 se une a la orquesta de Julio de Caro como vocalista. Luego haría parte de otras orquestas, como las de Horacio Salgán y Aníbal Troilo, imponiendo su registro de barítono y su inconfundible estilo aporteñado.

En una época que se estilaba el levante telefónico, entre mate y charla, con su amigo Acha, marcaban un número al azar, y si la que atendía era una voz de mujer joven, le dedicaban una canción con acompañamiento y todo. Al no haber grosería ni maldad, la cosa a veces funcionaba. Cierta vez que hicieron eso la mujer que los había atendido y escuchado toda la pieza, preguntó:

-"Dígame la verdad: lo que pusieron ¿era un disco o es alguien que está ahí?"
-"No, no fue ningún disco, fue mi amigo Rivero -respondió Acha- y le pasó el fono al Feo."
-"Cánteme un poco más, por favor... pidió la dama anónima."

Edmundo siguió entonando para terminar de convencerla.

-"Me gustaría que pasara por mi casa. Tengo un conservatorio y sería bueno que lo escuchara mi hermano. Está formando una orquesta, ¿sabe? Le pasó la dirección, en la calle México."

Cuando, días después, Rivero fue a visitarla, descubrió que era la casa de Julio De Caro.

La voz misteriosa era de su hermana Hermelinda y el que estaba formando la orquesta era otro hermano: José de Caro, que lo contrató, aunque el pago era casi inexistente. Esto ocurrió en 1935, pero dos años más tarde fue el propio Julio De Caro quien lo llamó para los carnavales en el cine Pueyrredón, del barrio de Flores.

A partir de ahí comenzó su peregrinaje viendo a directores de orquesta y compañías grabadoras y las repuestas descorazonarían al más pintado.

Un conocido músico, desde el control de un estudio, y sin advertir que su voz se oía del otro lado de los cristales, sentenció:

-"Díganle que se vaya. Pero ¿de dónde sacaron a ese perro!"

Ese mismo músico, con el correr del tiempo, escribiría:

-"Tiene una voz que es un privilegio de la naturaleza. En su garganta está la riqueza musical de un órgano."

Y el «gaucho» Rivero, que no guardaba rencores, terminaría por grabar varios temas de aquel que lo sentenciara radicalmente.

Con Troilo empezaron tocando en un baile en el Tigre. Había un lleno completo y cuando Pichuco le dijo: «Ahora usted, Rivero…», hubo unos aplausos un poco raros, que a Troilo le sonaron exagerados, largos... Rivero cantó un tango y la gente empezó a dejar de bailar y a arrimarse al palco. Al final no sólo aplaudían, sino que gritaban y tiraban cosas al aire.

Rivero cantó otra pieza y más de lo mismo. Troilo olfateó el peligro y creyó que el público se estaba burlando de la extraña voz grave de Rivero. Entonces, sentado con el bandoneón, le dijo por lo bajo, tratando de no ofenderlo:

-"Mire, Rivero, mejor bájese del palco, porque me parece que esto viene de “cargada”."
-"¿Le parece?»."
-"¿Y no ve que le tiran cosas?."
-"Ah, pero a mí en los bailes siempre me aplauden así."
-"¿Está seguro, Rivero?."

El cantor lo tranquilizó. Troilo recordaría siempre aquella anécdota.

Pero todavía tuvo que vencer Rivero la antipatía de algunos de los músicos de la orquesta, que le quitaban el micrófono, se lo inclinaban o desprendían de la jirafa sostén, hablaban mal a sus espaldas y hasta le aconsejaban al Gordo que lo despidiera. Pero Troilo no sólo estaba mucho más allá de todas las mezquindades, sino que fue quien más supo de cantores y se había enamorado para siempre de él.

A fines de la década del 40 se perfiló con una de las voces mayores del tango. Participó en los filmes El cielo en las manos (1949) y Al compás de tu mentira (1951).

En 1969 inauguró el local El Viejo Almacén, que se convirtió en uno de principales centros tangueros porteños.

Escribió su autobiografía en un libro titulado Una luz de almacén en el cual despliega una interesante defensa del lunfardo. Fue miembro de la Academia del Lunfardo.

Tango: Sur
Letra: Homero Manzi
Música: Aníbal Troilo
Intérprete: Edmundo Rivero

Las letras de Tango reflejan la vida misma. Reflejan el dolor, el placer, la nostalgia, alegrías y tristezas. A través de ellas te invito a pensar!

Letra:
San Juan y Boedo antigua, y todo el cielo,
Pompeya y más allá la inundación.
Tu melena de novia en el recuerdo
y tu nombre florando en el adiós.
La esquina del herrero, barro y pampa,
tu casa, tu vereda y el zanjón,
y un perfume de yuyos y de alfalfa
que me llena de nuevo el corazón.


Sur, paredón y después...
Sur, una luz de almacén...
Ya nunca me verás como me vieras,
recostado en la vidriera
y esperándote.
Ya nunca alumbraré con las estrellas
nuestra marcha sin querellas
por las noches de Pompeya...
Las calles y las lunas suburbanas,
y mi amor y tu ventana
todo ha muerto, ya lo sé...


San Juan y Boedo antiguo, cielo perdido,
Pompeya y al llegar al terraplén,
tus veinte años temblando de cariño
bajo el beso que entonces te robé.
Nostalgias de las cosas que han pasado,
arena que la vida se llevó
pesadumbre de barrios que han cambiado
y amargura del sueño que murió.